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18 de diciembre de 2025

Autorealización a medida

 

Autorealización a medida

La contradicción doctrinal: prometer el despertar, pero temer al despierto que no obedece

Bajada: Enseñar que cualquiera puede convertirse en Maestro espiritual en “15 o 20  años” crea esperanza. Pero cuando esa promesa se condiciona a la pertenencia —y se castiga al que logra o piensa fuera del círculo— la enseñanza deja de ser liberadora y se vuelve mecanismo de control.




1) Lo que se enseña: una promesa rápida y extraordinaria

Dentro de ciertos discursos gnósticos contemporáneos circula una promesa potente: autorealización, “desarrollo de chakras” y “sentidos internos” (clarividencia, clariaudiencia, etc.) en un plazo relativamente corto —“dos o tres años”, según se repite en ámbitos de enseñanza y captación.

Esta promesa opera como un imán: le da al practicante un mapa claro (“si hacés A y B, obtenés C”) y una identidad futura (“podés llegar a ser maestro, guía, referente espiritual”). El problema no está en la aspiración, sino en el criterio de validación: ¿quién decide cuándo es real y cuándo es “engaño”?




2) La paradoja: el “despertar” aceptado solo si tiene sello institucional

Según testimonios de ex integrantes y críticos, aparece una contradicción estructural:

  • Se enseña que el practicante puede conquistar estados elevados y convertirse en guía.
  • Pero se invalida (o se ataca) a quien encarna esos resultados si no pertenece al grupo, o si se fue por razones éticas, o si denunció irregularidades.

En términos doctrinales, esto produce un fenómeno concreto: la autorealización deja de ser un proceso interior verificable por transformación ética, servicio y lucidez, y pasa a ser una credencial de pertenencia. No importa tanto “lo que sos”, sino “a quién respondés”.




3) Cuando la enseñanza se vuelve control: obediencia como criterio de “verdad”

En sistemas cerrados, la pregunta “¿es verdad?” suele reemplazarse por “¿está autorizado?”. El resultado es una pedagogía de doble vía:

  • Si avanzás dentro: se te reconoce.
  • Si avanzás fuera: se te sospecha, se te ridiculiza o se te demoniza.

Así, la institución puede sostener simultáneamente dos ideas incompatibles:

  1. “La doctrina funciona y transforma”.
  2. “El transformado que no obedece es peligroso”.

Eso no es un detalle: es el punto donde una enseñanza espiritual se convierte en sistema de inmunidad contra la crítica y en defensa del liderazgo.




4) “Guerra moral” y demolición del honor: la pedagogía del enemigo

El mecanismo descrito por quienes se alejaron o fueron expulsados suele tener etapas reconocibles:

  • Deslegitimación personal (“no es auténtico”, “se desvió”, “está oscuro”, “traicionó”).
  • Ataque reputacional (denostación, rumores, juego con el honor).
  • Movilización del grupo: la comunidad repite el guion sin haber escuchado a la persona cuestionada.

Aquí la enseñanza ya no educa: adiestra. El practicante aprende “a quién seguir” y “a quién odiar”, y la duda se vuelve pecado. Se instala una fidelidad que funciona incluso sin pruebas, porque el grupo ya fue programado para desconfiar de todo lo externo.




5) Fanatismo y cinismo como dos caras del mismo dispositivo

 La frase “fanatismo extremo y cinismo experto”. Esa expresión de Samael Aun Weor, donde se menciona esa dualidad en términos psicológicos.

Usada como lente crítica (sin necesidad de aceptar el marco literal del texto), la frase describe una tensión típica en organizaciones rígidas:

  • Fanatismo extremo: bases que creen, repiten y atacan sin investigar.
  • Cinismo experto: cúpulas o vocerías que sostienen una narrativa conveniente aunque contradiga la promesa original.

El fanático necesita un enemigo para sostener su identidad. El cínico necesita una estructura de obediencia para sostener su poder. Y en el medio, queda gente valiosa: practicantes sinceros, muchas veces aislados de su familia, envejeciendo dentro de una burbuja que luego puede descartarlos cuando dejan de ser útiles.

6) El punto más grave a nivel enseñanza: miedo al guía auténtico

Si una doctrina afirma formar “maestros” pero ataca a los que emergen por fuera del control, el mensaje real se invierte:

“No te estamos formando para que seas libre; te estamos formando para que seas dependiente.”

Y ahí aparece el pánico institucional: no al “fraude espiritual”, sino al guía que no necesita permiso, al practicante que ayuda sin lucro, sin manipular, sin reclutar, sin obedecer un libreto.




7) Cierre: la pregunta que ordena todo

El debate no es “si existen poderes” o “si las prácticas sirven”. La pregunta es más simple y más dura:

 ¿La IGCA-CEI enseña autorealización para liberar a las personas, o para producir creyentes que solo validan la verdad cuando viene con sello de pertenencia?

1) La prohibición de escuchar

Hay una escena que se repite —silenciosa, pero brutal— en este tipo de enseñanza: cuando alguien se va, cuando alguien pregunta demasiado, cuando alguien denuncia algo que incomoda, lo primero que no se castiga es lo que dijo… sino el derecho del resto a escucharlo.

No lo presentan como censura. Lo venden como “cuidado”. Como “protección espiritual”. Como si la verdad fuera frágil y tuviera miedo de un audio, de un post, de una conversación. Y entonces aparece la orden no escrita —a veces escrita, a veces susurrada— que lo cambia todo:

“No lo escuches.”


video polemico que expresa verdades

y se habla bien de Osvaldo  Alfazak , cuantas verdades hay?

porque esa contradicción?


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A partir de ahí, el adepto deja de elegir. Ya no decide por discernimiento, decide por temor. Porque escuchar se vuelve pecado. Escuchar se vuelve traición. Escuchar se vuelve “contaminación”.

Y cuando esa prohibición entra en la cabeza, sucede lo más grave: la persona ya no busca la verdad, busca permanecer.
No busca comprender: busca seguir perteneciendo.

El método es simple, pero devastador

Primero, te dicen que esa persona “está caída”, “se desvió”, “está oscura”, “tiene ego”, “traicionó”. No hace falta demostrar nada: basta con etiquetar. Luego te enseñan que el solo hecho de oírla ya te hace culpable. Y después viene lo más triste: la propia comunidad se convierte en guardia.

Empiezan a vigilarse entre ellos. A preguntarse quién habló con quién. Quién miró qué. Quién sigue a quién.
Y así, lentamente, se rompe la humanidad básica: la capacidad de escuchar una historia completa antes de juzgar.

La verdad no necesita prohibiciones

Si una enseñanza fuera sólida, invitaría a contrastar. Si fuera noble, permitiría preguntar. Si fuera espiritual, no tendría miedo de la conversación.
Pero cuando el sistema te exige apagar el oído, no está cuidando tu alma: está cuidando su control.

Porque la prohibición de escuchar no es una regla cualquiera: es el candado principal.
Es la puerta que se cierra para que no entre la duda, para que no entren pruebas, para que no entre la versión del otro.

Lo que produce en la gente

Produce personas que repiten sin saber. Personas que atacan sin haber escuchado. Personas que condenan sin preguntar.
Y en el centro de esa tragedia queda una figura casi invisible: el señalado.

El que fue expulsado. El que se fue por conciencia. El que decidió hacer bien las cosas.
A ese, no solo lo critican: le roban la voz.
Y el grupo —muchas veces buena gente, pero adoctrinada— termina haciendo el trabajo sucio: difamar, ridiculizar, negar, aislar.

El punto final: ¿despertar o obedecer?

La gran contradicción es esta: dicen enseñar despertar, sentidos internos, claridad, conciencia…
pero cuando aparece alguien que piensa distinto, alguien que crece fuera del molde, alguien que no se somete, la reacción es pánico.

Y ahí se revela la enseñanza real:

No te forman para ser libre.
Te forman para ser fiel.

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