Autorealización a medida
La contradicción doctrinal: prometer el despertar,
pero temer al despierto que no obedece
Bajada: Enseñar que cualquiera puede
convertirse en Maestro espiritual en “15 o 20 años” crea esperanza. Pero cuando
esa promesa se condiciona a la pertenencia —y se castiga al que logra o piensa
fuera del círculo— la enseñanza deja de ser liberadora y se vuelve mecanismo de
control.
1) Lo que se enseña: una promesa rápida y
extraordinaria
Dentro de
ciertos discursos gnósticos contemporáneos circula una promesa potente: autorealización,
“desarrollo de chakras” y “sentidos internos” (clarividencia, clariaudiencia, etc.)
en un plazo relativamente corto —“dos o tres años”, según se repite en ámbitos
de enseñanza y captación.
Esta promesa
opera como un imán: le da al practicante un mapa claro (“si hacés A y B,
obtenés C”) y una identidad futura (“podés llegar a ser maestro, guía,
referente espiritual”). El problema no está en la aspiración, sino en el criterio
de validación: ¿quién decide cuándo es real y cuándo es “engaño”?
2) La paradoja: el “despertar” aceptado solo si tiene
sello institucional
Según
testimonios de ex integrantes y críticos, aparece una contradicción
estructural:
- Se enseña que el practicante puede
conquistar estados elevados y convertirse en guía.
- Pero se invalida (o se
ataca) a quien encarna esos resultados si no pertenece al grupo, o si se
fue por razones éticas, o si denunció irregularidades.
En términos
doctrinales, esto produce un fenómeno concreto: la autorealización deja de ser
un proceso interior verificable por transformación ética, servicio y lucidez, y
pasa a ser una credencial de pertenencia. No importa tanto “lo que sos”,
sino “a quién respondés”.
3) Cuando la enseñanza se vuelve control: obediencia
como criterio de “verdad”
En sistemas
cerrados, la pregunta “¿es verdad?” suele reemplazarse por “¿está autorizado?”.
El resultado es una pedagogía de doble vía:
- Si avanzás dentro: se te reconoce.
- Si avanzás fuera: se te sospecha, se te
ridiculiza o se te demoniza.
Así, la
institución puede sostener simultáneamente dos ideas incompatibles:
- “La doctrina funciona y
transforma”.
- “El transformado que no obedece
es peligroso”.
Eso no es un
detalle: es el punto donde una enseñanza espiritual se convierte en sistema
de inmunidad contra la crítica y en defensa del liderazgo.
4) “Guerra moral” y demolición del honor: la pedagogía
del enemigo
El mecanismo
descrito por quienes se alejaron o fueron expulsados suele tener etapas
reconocibles:
- Deslegitimación personal (“no es auténtico”, “se
desvió”, “está oscuro”, “traicionó”).
- Ataque reputacional (denostación, rumores, juego con
el honor).
- Movilización del grupo: la comunidad repite el guion
sin haber escuchado a la persona cuestionada.
Aquí la enseñanza ya no educa: adiestra. El practicante aprende “a quién seguir” y “a quién odiar”, y la duda se vuelve pecado. Se instala una fidelidad que funciona incluso sin pruebas, porque el grupo ya fue programado para desconfiar de todo lo externo.
5) Fanatismo y cinismo como dos caras del mismo
dispositivo
La frase “fanatismo extremo y cinismo
experto”. Esa expresión de Samael Aun Weor, donde se menciona esa dualidad
en términos psicológicos.
Usada como
lente crítica (sin necesidad de aceptar el marco literal del texto), la frase
describe una tensión típica en organizaciones rígidas:
- Fanatismo extremo: bases que creen, repiten y
atacan sin investigar.
- Cinismo experto: cúpulas o vocerías que
sostienen una narrativa conveniente aunque contradiga la promesa original.
El fanático
necesita un enemigo para sostener su identidad. El cínico necesita una
estructura de obediencia para sostener su poder. Y en el medio, queda gente
valiosa: practicantes sinceros, muchas veces aislados de su familia,
envejeciendo dentro de una burbuja que luego puede descartarlos cuando dejan de
ser útiles.
6) El punto más grave a nivel enseñanza: miedo al guía
auténtico
Si una doctrina
afirma formar “maestros” pero ataca a los que emergen por fuera del control, el
mensaje real se invierte:
“No te
estamos formando para que seas libre; te estamos formando para que seas
dependiente.”
Y ahí
aparece el pánico institucional: no al “fraude espiritual”, sino al guía que
no necesita permiso, al practicante que ayuda sin lucro, sin manipular, sin
reclutar, sin obedecer un libreto.
7) Cierre: la pregunta que ordena todo
El debate no
es “si existen poderes” o “si las prácticas sirven”. La pregunta es más simple
y más dura:
¿La IGCA-CEI enseña autorealización para liberar a las personas, o para producir creyentes que solo validan la verdad cuando viene con sello de pertenencia?
1) La prohibición de escuchar
Hay una escena que se repite —silenciosa, pero
brutal— en este tipo de enseñanza: cuando
alguien se va, cuando alguien pregunta demasiado, cuando alguien denuncia algo
que incomoda, lo primero que no se castiga es lo que dijo… sino el derecho del
resto a escucharlo.
No lo presentan como censura. Lo venden como
“cuidado”. Como “protección espiritual”. Como si la verdad fuera frágil y
tuviera miedo de un audio, de un post, de una conversación. Y entonces aparece
la orden no escrita —a veces escrita, a veces susurrada— que lo cambia todo:
“No lo
escuches.”
video polemico que expresa verdades
y se habla bien de Osvaldo Alfazak , cuantas verdades hay?
porque esa contradicción?
haga click en el link superior
A partir de ahí, el adepto deja de elegir. Ya no
decide por discernimiento, decide por temor. Porque escuchar se vuelve pecado.
Escuchar se vuelve traición. Escuchar se vuelve “contaminación”.
Y cuando esa prohibición entra en la cabeza,
sucede lo más grave: la persona ya no
busca la verdad, busca permanecer.
No busca comprender: busca seguir perteneciendo.
El método es simple, pero devastador
Primero, te dicen que esa persona “está
caída”, “se desvió”, “está oscura”, “tiene ego”, “traicionó”. No hace falta
demostrar nada: basta con etiquetar. Luego te enseñan que el solo hecho de
oírla ya te hace culpable. Y después viene lo más triste: la propia comunidad se convierte en guardia.
Empiezan a vigilarse entre ellos. A
preguntarse quién habló con quién. Quién miró qué. Quién sigue a quién.
Y así, lentamente, se rompe la humanidad básica: la capacidad de escuchar una
historia completa antes de juzgar.
La verdad no necesita prohibiciones
Si una enseñanza fuera sólida, invitaría a
contrastar. Si fuera noble, permitiría preguntar. Si fuera espiritual, no
tendría miedo de la conversación.
Pero cuando el sistema te exige apagar el oído, no está cuidando tu alma: está
cuidando su control.
Porque la prohibición de escuchar no es una
regla cualquiera: es el candado principal.
Es la puerta que se cierra para que no entre la duda, para que no entren
pruebas, para que no entre la versión del otro.
Lo que produce en la gente
Produce personas que repiten sin saber.
Personas que atacan sin haber escuchado. Personas que condenan sin preguntar.
Y en el centro de esa tragedia queda una figura casi invisible: el señalado.
El que fue expulsado. El que se fue por
conciencia. El que decidió hacer bien las cosas.
A ese, no solo lo critican: le roban la
voz.
Y el grupo —muchas veces buena gente, pero adoctrinada— termina haciendo el
trabajo sucio: difamar, ridiculizar, negar, aislar.
El punto final: ¿despertar o obedecer?
La gran contradicción es esta: dicen enseñar
despertar, sentidos internos, claridad, conciencia…
pero cuando aparece alguien que piensa distinto, alguien que crece fuera del
molde, alguien que no se somete, la
reacción es pánico.
Y ahí se revela la enseñanza real:
No te forman para ser libre.
Te forman para ser fiel.






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